EL CANTO DE LAS SIRENAS
Como todas las tardes de los viernes, al acabar la clase de Teología, recogió sus apuntes, se colocó unos tapones de silicona perfectamente ajustados en los oídos, y salió de la Facultad. Luis estaba dispuesto a superar la prueba del seminarista, como era conocida entre sus compañeros.
¿Sería capaz de lograrlo? Empezó a pasear por solitarias calles escasamente iluminadas, mientras las mujeres, también escasamente vestidas, le seguían llamando, indiferentes a sus tapones. Y viéndolas, pensó, una vez más, que hoy tampoco sería posible, que esta noche, de nuevo, deberían atarle las manos cuando se metiese en la cama.
Una visión moderna de ese canto de sirenas que lleva a la perdición.
ResponderEliminarMuy bueno, Rafael. Me ha gustado.
Saludos afectuosos.
Muchas gracias Isabel por tu comentario.
ResponderEliminarUn saludo para ti también.
Rafael, ¡qué duro lo de seminarista!. Este hombre era un 'sirenista' que debía haberse tapado los ojos para no escuchar los cantos.
ResponderEliminarUn abrazo des-
demispalabrasylasvuestras.
Creo que es lo siguiente que tendrá que hacer si no quiere caer en la tentación. Acabará comprándose un antifaz.
ResponderEliminarOtro abrazo para ti, Laura.