jueves, 29 de septiembre de 2011

UNA CELEBRACIÓN INMENSA

Y en esta cadena de efemérides internacionales el día de hoy es el escogido por Naciones Unidas para celebrar el Día Marítimo Mundial. Pero dejemos que sea un verdadero experto el que nos muestre su importancia…

‑Ama usted el mar, capitán.

‑¡Sí! ¡Lo amo! ¡El mar es todo! Cubre las siete décimas partes del globo terrestre. Su aliento es puro y sano. Es el in­menso desierto en el que el hombre no está nunca solo, pues siente estremecerse la vida en torno suyo. El mar es el ve­hículo de una sobrenatural y prodigiosa existencia; es movi­miento y amor; es el infinito viviente, como ha dicho uno de sus poetas. Y, en efecto, señor profesor, la naturaleza se ma­nifiesta en él con sus tres reinos: el mineral, el vegetal y el animal. Este último está en él ampliamente representado por los cuatro grupos de zoófitos, por tres clases de articulados, por cinco de moluscos, por tres de vertebrados, los mamífe­ros, los reptiles y esas innumerables legiones de peces, orden infinito de animales que cuenta con más de trece mil espe­cies de las que tan sólo una décima parte pertenece al agua dulce. El mar es el vasto receptáculo de la naturaleza. Fue por el mar por lo que comenzó el globo, y quién sabe si no terminará por él. En el mar está la suprema tranquilidad. El mar no pertenece a los déspotas. En su superficie pueden to­davía ejercer sus derechos inicuos, batirse, devorarse, transportar a ella todos los horrores terrestres. Pero a treinta pies de profundidad, su poder cesa, su influencia se apaga, su potencia desaparece. ¡Ah! ¡Viva usted, señor, en el seno de los mares, viva en ellos! Solamente ahí está la independen­cia. ¡Ahí no reconozco dueño ni señor! ¡Ahí soy libre!

El capitán Nemo calló súbitamente, en medio del entu­siasmo que le desbordaba. ¿Se había dejado ir más allá de su habitual reserva? ¿Habría hablado demasiado? Muy agitado, se paseó durante algunos instantes. Luego sus nervios se cal­maron, su fisonomía recuperó su acostumbrada frialdad, y volviéndose hacia mí, dijo:

‑Y ahora, señor profesor, si desea visitar el Nautilus estoy a su disposición.

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